sábado, 16 de noviembre de 2013

Neurología del aprendizaje



·        Concepto de la neurología del aprendizaje.


El fenómeno del aprendizaje supone una serie de operaciones, cuyo fin es el de acumular datos a largo plazo que puedan ser de nuevo utilizados. Este proceso, que depende esencialmente de la memoria y de la atención, permite pasar las experiencias de la situación de memoria a corto plazo a la de largo plazo, lo que supone un almacenamiento de datos y su consolidación.
Para ello el niño debe reconocer el estímulo (input), aprenderlo semánticamente y decidir si es interesante para almacenar, lo que supone una organización cognitiva de tales estímulos. Así, el aprendizaje no se limita a un esfuerzo de retención de datos mediante una deliberada repetición sino que es un proceso continuo que opera sobre todos los datos que alcanzan un cierto umbral de significación; ello implica el almacenamiento de todos los estímulos que son analizados por los canales de información visual, las ideas y hechos verbales y no verbales, y la retención de órdenes derivadas de actos motores.

En definitiva, se trata de un sistema cibernético en el que existen unas entradas, una capacidad de almacenamiento y unas salidas con su correspondiente mecanismo de feed-back que está modulado por la atención y que, con la intervención de otros subsistemas, permite el procesado definitivo de una información. Este procesamiento de datos es un proceso cognitivo activo mediante el cual añadimos unos datos a otros previamente almacenados. Este aspecto dinámico de la memoria es el auténtico motor de la capacidad de aprendizaje y su aspecto neuroevolutivo de organización funcional –es decir, la capacidad de ordenar o utilizar los datos– es lo que califica definitivamente un buen aprendizaje y no sólo la capacidad cuantitativa de su almacenamiento.

Las bases biológicas del aprendizaje todavía no están definitivamente consolidadas. La codificación de datos implica un buen número de estructuras anatomofuncionales y una serie de cambios neurobioquímicos en los que los neurotransmisores desempeñan un papel esencial. No entramos en su análisis detallado, que escapa de la temática precisa de su evaluación, pero sí queremos retener que de las dos memorias principales de que disponemos (corto y largo plazo) existen al menos tres procesos mnésicos (la memoria explícita, la implícita y la working memory, que permiten el almacenamiento cualitativo a que antes nos referíamos y que posibilitan el aprendizaje. En cuanto al segundo elemento que hemos señalado, la atención, es una función cognitiva de alta complejidad en la que están implicados numerosos subprocesos como la percepción, la intención y la acción. Sus mecanismos son todavía sujeto de especulación, con diversas aproximaciones que proponen modelos neurofisiológicos como los de disfunción frontal de Stuss y Benson, el modelo neuropsicológico de Mirsky, el modelo clínico de Sohlberg y Mateer, el modelo conceptual hipotético de Levine, el anatomofisiológico de Sunder o el de redes neuropsicológicas a gran escala de Mesulam, con el que nos encontraríamos más identificados. Este modelo propugna un sistema neural multifocal, más que localizaciones precisas anatómicas, y funcionaría en paralelo permitiendo por ello una aproximación a las tareas cognitivas de manera simultánea e interactiva y no a través de un sistema jerarquizado secuencial progresivo; cada red neuronal contendría unos canales anatómicos para transferir información (sistema reticular activador, tálamo, sistema límbico, ganglios basales, córtex parietal y córtex prefrontal) y unas vías neuroquímicas que modularían el tono conductual. Este fenómeno de la atención puede desmenuzarse en diversos tipos para su aplicación clínica según estén sustentados por los mecanismos generales de alerta, de selectividad perceptiva o de atención supervisora.


 

 


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