El fenómeno del aprendizaje supone una serie de operaciones, cuyo fin es el de
acumular datos a largo plazo quepuedan ser de nuevo utilizados. Este proceso, que
depende esencialmente de la memoria y de la atención, permite pasar las
experiencias de la situación de memoria a corto plazo a la de largo plazo, lo
que supone un almacenamiento de datos y su consolidación.
Para
ello el niño debe reconocer el estímulo (input), aprenderlo semánticamente y
decidir si es interesante para almacenar, lo que supone una organización cognitiva
de tales estímulos. Así, el aprendizaje no se limita a un esfuerzo de retención
de datos mediante una deliberada repetición sino que es un proceso continuo que
opera sobre todos los datos que alcanzan un cierto umbral de significación;
ello implica el almacenamiento de todos los estímulos que son analizados por
los canales de información visual, las ideas y hechos verbales y no verbales, y
la retención de órdenes derivadas de actos motores.
En definitiva, se trata de un sistema
cibernético en el que existen unas entradas, una capacidad de almacenamiento y
unas salidas con su correspondiente mecanismo de feed-back que está modulado
por la atención y que, con la intervención de otros subsistemas, permite el
procesado definitivo de una información. Este procesamiento de datos es un
proceso cognitivo activo mediante el cual añadimos unos datos a otros previamente
almacenados. Este aspecto dinámico de la memoria es el auténtico motor de la
capacidad de aprendizaje y su aspecto neuroevolutivo de organización funcional
–es decir, la capacidad de ordenar o utilizar los datos– es lo que califica
definitivamente un buen aprendizaje y no sólo la capacidad cuantitativa de su
almacenamiento.
Las
bases biológicas del aprendizaje todavía no están definitivamente consolidadas.
La codificación de datos implica un buen número de estructuras
anatomofuncionales y una serie de cambios neurobioquímicos en los que los
neurotransmisores desempeñan un papel esencial. No entramos en su análisis
detallado, que escapa de la temática precisa de su evaluación, pero sí queremos
retener que de las dos memorias principales de que disponemos (corto y largo
plazo) existen al menos tres procesos mnésicos (la memoria explícita, la
implícita y la working memory, que permiten el almacenamiento cualitativo a que
antes nos referíamos y que posibilitan el aprendizaje. En cuanto al segundo
elemento que hemos señalado, la atención, es una función cognitiva de alta
complejidad en la que están implicados numerosos subprocesos como la
percepción, la intención y la acción. Sus mecanismos son todavía sujeto de
especulación, con diversas aproximaciones que proponen modelos
neurofisiológicos como los de disfunción frontal de Stuss y Benson, el modelo
neuropsicológico de Mirsky, el modelo clínico de Sohlberg y Mateer, el modelo
conceptual hipotético de Levine, el anatomofisiológico de Sunder o el de redes
neuropsicológicas a gran escala de Mesulam, con el que nos encontraríamos más
identificados. Este modelo propugna un sistema neural multifocal, más que
localizaciones precisas anatómicas, y funcionaría en paralelo permitiendo por
ello una aproximación a las tareas cognitivas de manera simultánea e
interactiva y no a través de un sistema jerarquizado secuencial progresivo;
cada red neuronal contendría unos canales anatómicos para transferir
información (sistema reticular activador, tálamo, sistema límbico, ganglios basales,
córtex parietal y córtex prefrontal) y unas vías neuroquímicas que modularían
el tono conductual. Este fenómeno de la atención puede desmenuzarse en diversos
tipos para su aplicación clínica según estén sustentados por los mecanismos
generales de alerta, de selectividad perceptiva o de atención supervisora.
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